Travieso, jocoso y comprometido de
por vida con su esencia marabina, Gustavo Aguado es un ídolo de la
música, aunque lo niegue incansablemente. Con Guaco, ha cumplido el
sueño de todo artista: crear un sonido propio, incomparable y
reconocible al simple contacto.
La magia ha sido la protagonista de su vida, aunque todo se lo debe a la
rebeldía e inconformidad que lo han atormentado siempre en su camino.
Aficionado acérrimo de las carreras de caballo —animal que representa
para sus valores la “creación más bella de Dios”—, nunca faltará en sus
sueños un tapiz de pentagrama con notas que de la nada se fusionan con
la rigidez y el vértigo de distintas generaciones, ya más de cuatro las
que han pasado por su filón inagotable.
Hijo de Aura Luisa León de Aguado y Alfonso de Jesús Aguado Rincón,
una pareja de clase media que vivía “a la raya” en la urbanización el
Socorro, en Maracaibo, el artista creció entre gaiteros, con una
ambición musical insaciable.
El sentimiento pascuero pregonaba a flor de piel por las calles de
Maracaibo y olía a fiesta chiquinquireña el 3 de noviembre de 1949,
cuando en el Hospitalito del Saladillo nació Gustavo Adolfo Aguado León.
Inquieto, rockero y con sueño de beisbolista, pasaba el día
absorbiendo la energía y pasión de Led Zeppelin, Black Sabbath y los
Beatles. Luego aparecieron en su diario el maestro Aldemaro Romero y
Tito Rodríguez, que marcaron un hito en sus influencias.
Fue en 1957, en la urbanización Sucre, cerca de la avenida La Limpia de
Maracaibo, donde su familia se interesó por competir contra grandes
figuras del género autóctono zuliano, como Rincón Morales y Cardenales
del Éxito, y fundaron el Conjunto Estudiantil Los Guacos del Zulia, el
génesis de lo que hoy es la “Súper Banda de Venezuela”.
Poco después, aquel incansable adolescente de 15 años que rasgueaba
con timidez el cuatro, entró a la agrupación para maravillar con su voz,
y ahí se perpetuó.
“Fui impulsado por mi primo Carlos Clavel para entrar a Guaco a
cantar. Mi hermano Alfonso era mayor que yo y andaba en otras cosas, así
que era complicado para él cuidarme y estar pendiente de la música. Así
llegué al grupo”, recuerda Gustavo, añorando los tiempos en los que no
había fiesta de cumpleaños que se prendiera sin que Guaco se presentara.
Su pariente lo describe como polifacético, si de música se trata. “Su
mayor virtud es cambiar las cosas como vienen y mejorarlas. Es
perfeccionista en ese aspecto. Se esmera y preocupa solo por ser feliz,
no le importa el dinero. Con Guaco llegamos a tocar hasta 121 veces en
un año”, cuenta Alfonso “Pompo” Aguado, hermano de Gustavo, fundador de
Guaco junto con la mayor de los tres hermanos, Eliette Aguado, y Mario
Viloria.
“Era un diablo de pequeño. ¡Iba a acabar con mi pobre madre! Lo
inscribieron en un colegio al norte de Pamplona, Colombia, donde estudió
dos años de bachillerato. Allá fue el cantante principal de una tuna,
cuando tenía como 11 años”, agrega “Pompo” sobre los inicios del líder
de Guaco en la movida.
Además de la música, el amor no llenó únicamente los cancioneros del
‘guaquero’. Luz Maritza robó su corazón e inspiración y lo llevó al
altar por primera vez. “Mis amores son sacrosantos. Siempre he sido
hombre de una sola mujer, vos sabéis, no soy promiscuo. Luz Maritza es
una santa pa’ mí. Era un apoyo moral porque en la época, mantener unida a
la familia era difícil, con el grupo no tan solvente. Es una luchadora
incansable. No aguantó la mecha y nos separamos hace como 15 años”.
Luz Maritza es la madre de sus dos primeros hijos, Gilberto y Eliette
Galiana. Ahora, vive felizmente con Yaremy Manzano, su segunda esposa,
con quien tuvo a Fabiana, de 12 años, y Alfonso, de 10. “Yaremy es la
que me da fuerzas y ánimo para seguir adelante. Me ayuda a manejar al
grupo junto con mi hijo Gilberto”.
Cultor de la “tertulia con los escoceses”, a Gustavo Aguado le
encanta echar broma. Volar por el mundo le ha tocado en reiteradas
ocasiones, aunque no le complace la experiencia de montarse en un
Boeing. “Le tengo pánico a los aviones. Cuando viajo en ellos tengo que
tomarme un aquietador, y bajo ese efecto, a veces, me tomo también un
whisky y me desvanezco. Entonces la gente piensa que estoy bajo los
efectos de otras cosas, pero no. Lo manejo muy bien, eso de los
escoceses”, relata el cantante desde la ‘casita de los Guaco’, en
Caracas, donde prepara el disco más complejo de su carrera, Escultura.
Sin poder evitarlo, con cariño y nostalgia recuerda a “Medianoche”,
un caballo que lo unió sentimentalmente con su hijo Gilberto. “Me iba
para allá a verlo correr y todo. Hasta en Maracaibo lo tuve. Ya sabéis
cómo son los animales, acercan más. Así nos hicimos más amigos mi hijo y
yo”.
Otro inolvidable: “La Patrona”, una yegua campeona que ganó para él
el clásico Burlesco, en el hipódromo La Rinconada, y para su eterna
alegría, de 24 carreras triunfó en 14.
Hasta un homenaje a Ismael Rivera brindó con su ejemplar “Maelo”.
“Fue un caballo muy lesionado, pero me dio muchas satisfacciones con su
inmenso corazón. A todos (los caballos) los quiero por igual”.
Y no solo sus hijos de sangre lo ven como un padre, como Ronald
Borjas, vocalista de Guaco. “Nunca lo veré como un jefe. Es una persona
muy divertida. Tiene 62 años, pero por dentro, su alma es de un
quinceañero. Sé que de joven era fan de Jimi Hendrix. Lo que pasa es que
se crió entre gaiteros, pero si en vez de una tambora le atraviesan una
guitarra con distorsión, sería Mick Jagger. Es un rockstar prestado a
la música latina. Gustavo es un tipo así, de esos que son viejos y
tatuados. Es el Mick Jagger de la música latina”.
Con Guaco, Gustavo Aguado ha lanzado más de 30 trabajos de larga
duración, reinventando constantemente su sonido tropical de fusión.
Tambor, charrasca, metales, flauta, distorsión y un sinfín de elementos
ha adaptado a los tiempos musicales, siempre dejando su toque y esencia
intacta.
Pasó mucho tiempo para que la agrupación llegara a abanderar una
melodía propia, que se transformó de la gaita al género tropical.
“Tratamos siempre temas muy variados que han evolucionado con el tiempo.
Al principio fuimos muy localistas”. Actualmente el amor y el desamor
enriquece las líricas de Guaco, que para ir con los tiempos de la
industria, no podía ser de otra manera.
“Estuve con él cinco años, de 1979 a 1984. Cuando fui el cantante
nuevo, Gustavo privó su ego, ese que ocasiona la implosión que la
juventud entraña en su ímpetu. Le dio cabida a todas mis ideas. Es un
hombre que no me negó ninguna oportunidad, me las dio todas. Fuera de
ahí, a la distancia, lo veo como un gran gerente de la música”,
atestigua Amilcar Boscán, exintegrante de Guaco, voz de temas como La
movidita y Un cigarrito y un café.
Sigiloso y plácido, con su marcado acento maracucho reveló uno de los
secretos de su éxito: “En un día le dedico 100% a la música. Hasta
durmiendo... por eso es que está esto aquí. El secreto de la ‘vaina’ es
la pasividad. La rutina es mortal para el ser humano”.
¿Lo ha conseguido todo Gustavo Aguado? Él dice que no, que todavía le
falta, pero que con el álbum Escultura lograrán consolidar su
internacionalización. “A vuelta de dos años lo conseguiremos. Nuestro
sonido y movimiento se estudia afuera”.
Sin embargo, personalmente se siente realizado. Además de sus cuatro
hijos, tiene dos nietos. “De Gilberto tengo una hembrita, de 12 años,
María Chiquinquirá, que nació el Día de la Chinita... ¡no te llevo nada
pues! Eliette tiene a Miguel Gustavo, y de paso, Gilberto está esperando
morochos. Pa’ qué más”.
La voz de la estrella zuliana es inconfundible, poderosa y
penetrante. Llena a todos los melómanos que añoran escucharla. Hasta
hoy, describiéndose a sí mismo con mucha dificultad, afirma seguir
siendo un rebelde soñador, y su límite es el cielo.
Tampoco cree en casualidades. “En el éxito de Guaco influyen varios
factores. Nada es casualidad, todo es causalidad. Estaba destinado a que
fuera así. Esto es producto del esfuerzo de muchos grandes artistas que
han pasado por el grupo. Juntarme con las personas indicadas me ha
ayudado”.
Para esas grandes personas, Aguado es, más que un músico, un
referente nacional a seguir. “Es uno de los ‘scouts’ más importantes de
Venezuela. Su voz es demasiado importante y admirada en cualquier parte
del mundo. Parece que tiene una bola del futuro, pues es muy visionario.
Se adelanta a todo. Fuera de los escenarios lleva siempre consigo la
guachafa. Es un vanguardista. Hasta hace poco, en el concierto Guaco
histórico, donde compartimos escenario, bastó que me viera nervioso para
que me aconsejara y ayudara”, cuenta entre risas Jorge Luis Chacín, ex
vocalista de Guaco.
La pasión por llenar de regocijo al público sigue intacta en Gustavo
Aguado. Es lo que lo mantiene “millonario de cariño”. “Esa es nuestra
droga (la gente). Yo no tengo plata, por eso no soy ídolo. Siempre voy a
estar, todavía me quedan como 40 años más. En Guaco, Juan Carlos Salas y
otros músicos conocen bien la fórmula, si acaso me llego a retirar por
cosas de la vida. Soy un tipo futurista. El hombre que está lleno de
recuerdos nunca está solo, pero el que los vive es un pendejo”.
Ernest Stuyvesant - Panorama 26/06/2012
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