La conmovedora historia de Jesús Bohorquez, un marabino que corrió con la suerte de ganarse el premio mayor del Kino Táchira. La abundancia llegó a su hogar la navidad de 1.995, aunque la misma siguió su curso y hoy solo le queda la casa y lo que tiene dentro de ella. Lea la crónica a continuación:
“Mi tía le decía: ‘vos sí sois brollero’. Es que no podíamos creerlo. Él echa mucha broma siempre. Salió gritando ¡somos millonarios, somos millonarios, vamos a pegarnosla! Y mi tía y yo decíamos “¡Sí! Eso es excusa pa’ beber otra vez (risas)”.
Así recuerda Yajaira Méndez el momento cuando su esposo, Jesús Bohorquez, corrió con la suerte que anhela popularmente el venezolano: “Pegó el Kino”.
Desde la sencillez de su humilde vivienda, con una disposición tremenda para abrir sus puertas e invitar a pasar, Jesús recibe a quien lo visita para escuchar cómo es que se ganó el “premio gordo” de las loterías venezolanas sin ni siquiera pagarlo. Y lo más insólito: cómo es que ahora, 16 años después, solo le queda una casa, la satisfacción de haber ayudado a quien pudo y la gente que le quedó debiendo dinero.
La simplicidad de su apariencia y su capacidad para hacer un chiste de cada circunstancia no hacen imaginar, a quien lo trata por primera vez, que este marabino, de 43 años, tuvo en sus manos la riqueza que para asegurar su futuro para siempre y, sin embargo; no lo logró.
En una deteriorada calle del barrio Andrés Eloy Blanco, en las adyacencias de la urbanización La Paz, en Maracaibo, una fachada con bahareque con pintura envejecida y portones de hierro dan la bienvenida a su casa. Ahí vive con su esposa Yajaira y sus dos hijos: Estefany, de 19 años, y Jonathan, de 16.
Un desborde de simpatía y la espontaneidad propia del marabino en sus expresiones lo acompañan para recibir a quien lo visita en su sala -comedor, en donde disfruta sus tertulias en familia sobre un conjunto de modestos muebles de madera y bipiel, además de tres sillas plásticas por si llegan más invitados, y si es necesario pone a disposición las sillas de madera y hierro forjado de su juego de comedor.
Su vivienda es el único bien material que hoy le queda, aunque parezca increíble, luego de haber tenido en sus manos la abundancia de aquel premio millonario. Fue ganador del Kino Táchira, al obtener los 15 aciertos que componían al tique premiado, el 17 de diciembre de 1995. Ahora solo le quedan los recuerdos de aquel golpe de suerte y la dicha de haber disfrutado de lo que pudo.
Aunque asegura ser “el mismo Jesús de siempre”, es inevitable interpretar que la vida de este marabino, de 43 años, se divide en un antes, un durante y un después de haberse ganado el Kino. Con ver las fotografías que guarda con recelo en un álbum familiar basta para creer que sí disfrutó de las riquezas de su premio, aunque sorprenda sobremanera ver cómo ahora no es mucho lo que tiene.
Comprar el billete de lotería, cuyo primer sorteo fue el 4 de agosto de 1991, era su costumbre y, a su pensar (como el de muchos venezolanos), el trampolín más cercano para solventar los problemas económicos y las necesidades que tenía para la fecha. Tan seguro como “un tiro al piso” estaba al finalizar cada semana en la Circunvalación 2, en el semáforo de Amparo, pagándole a “El Pavosón” uno de sus billetes, para probar su suerte.
“Si pegaba el Kino”, comprar una casa para su pequeña hija de tres años y su hermanito que venía en camino era su prioridad. Vivir en “un cuartico de 3 por 3” ya no era viable, así como tampoco lo era seguir siendo el chofer dicharachero del autobús del antiguo Colegio Universitario de Maracaibo (CUM). Sin embargo, sus planes se traducían en fantasías pasajeras. Se había convertido en comprador por inercia, más que por fe o seguridad de que algún día se lo ganaría, por lo que ni siquiera era asiduo a ver el sorteo transmitido los domingos, a las 11:00 am.
Aquella tarde de diciembre, en la que el destino intentaba darle un golpe de suerte a Jesús ni le pasaba por la cabeza comprar el billete, que costaba 200 bolívares para entonces (20 céntimos ahora). “Compráme un kinito Jesús. Chico dale, que me quedan tres y no quiero caminar más”, pedía a Bohorquez el hijo de “El Pavosón”, quien había sustituído a su padre ese día en la venta y había salido a vender los billetes por las tascas de la zona.
Jesús recuerda hoy, 16 años después, cuando el billetero se le acercó. “¡Eso fue otro tremendo chiste!”, asegura con picardía. “Yo estaba con mi compadre Mario. Era viernes y ya yo tenía dos semanas ayudándolo en su taller de carburación. El pago en el CUM ya se hacía difícil. Después de trabajar nos fuimos a echar unas cervecitas en una tasquita cerca del taller y pasó el chamo con los billetes. ‘¡Hey Jesús! ¿Qué fue, hoy no vais a comprar?’. Yo no quería porque quería comprarle una bicicleta a Estefany y no quería gastar. Me negué rotundamente. Le dije: No, esta semana no”.
Aún asombrado porque la insistencia del billetero sería más fuerte que su negativa, Jesús aún mantiene fresco en su memoria el momento cuando ya se iba de la tasca y pasó de nuevo el vendedor de tiques. Relata la escena como si contara una hazaña de súper héroes, sin evitar reir al acordarse. “Nos estábamos montando en el carro cuando pasó de nuevo el muchacho y tiró cuatro billetes que le quedaban en los asientos. Me dijo: ‘Bueno, ahí tienen. No sé qué van a hacer con ellos’, y se fue. Mi compadre bromeando me convenció de que nos lleváramos eso, que sí salía lo cobrábamos los dos y listo. Yo no lo pensé dos veces (risas)”.
Ningún interés tuvieron los compadres en estar pendientes de aquel sorteo. Tomaron hasta amanecer ese viernes e igual al siguiente día. Pintaron la casa que compartían, pues la familia de Jesús y Yajaira crecía y ya no cabían en la pieza en la que vivían desde que se casaron. Su compadre y tío político de Yajaira había accedido a darle un espacio en su vivienda.
El domingo fue un día normal en familia. Compartieron y volvieron a tomar. El lunes la jornada fue fatal, la resaca no los dejaba “ver más allá de las pestañas”, según recuerda entre risas Jesús, y tuvieron que devolverse a casa.
“El compadre siempre me dejaba en casa de mamá y ahí veíamos el PANORAMA. Él empezó a revisar sus dos tiques y me dijo: ‘compadre en los míos nada, vamos a ver los tuyos”, cuenta el marabino carcajeante, emulando la manera de hablar de su compadre.
¡Ay mi madre compadre, van 14! —continúa el relato Jesús— El hijo del compadre nos decía ‘ustedes están rascaos todavía’. Y yo miraba bien y veía los aciertos y le decía: ‘entonces vos estáis ciego’. ¡Ay Diosito compadre, me dais pa’ la bicicleta de Estefany!’ le decía yo a Mario mientras preparaba un pan con salchicha que creo que salió volando. Los dos temblábamos de la emoción y el me decía: ‘no compadre, ¡si ese es el tique tuyo!’.
Jesús y su compadre fueron hasta las oficinas del Kino, en donde les dieron un anticipo de 4 millones de bolívares (4.000). Jesús mantuvo su palabra y compartió el premio con Mario. El premio completo, 100 millones de bolívares (cien mil bolívares luego de la reconversión monetaria) lo cobrarían el 7 de enero porque no habría sorteo hasta entonces por las festividades navideñas.
“¡Con esos dos milloncitos cada uno hicimos fiesta! Le di a mamá 500 bolívares y le dije a Yajaira: mija tomá, andá vete para el centro y comparáis media docena de bicicletas si queréis. Fue una Navidad tan alegre, con un agregado: nada más y nada menos nos habíamos ganado el Kino. Lancé más cohetes que bueno pues”.
La abundancia llegó a las manos de Jesús con aquellos 48 millones, “cuando 48 millones eran cobres”, asegura con gesto exagerado y entre risas. Lo primero que hizo fue darle plata a su mamá, lo segundo darle a su esposa y lo tercero salir a comprarle casa a su familia.
Adquirieron una hermosa quinta, de la que su esposa se enamoró por su amplitud, su ubicación y su belleza, en la urbanización Las Lomas, cerca de la avenida La Limpia. “Hasta tenía salón de fiesta”, agrega Yajaira con anhelo y tan emocionada como si la fuera a comprar de nuevo. Un Malibú y un Caprice fueron los carros que Jesús compró, uno para Yajaira y otro para él. Una casa a su hermana y la remodelación completa de la vivienda de su mamá fueron sus siguientes inversiones.
Bohorquez no olvida que le salió familia de dónde no sabía, amigos por doquier y negocios en abundancia. Sin dejar de lado su jocosidad agrega: “¿Ahora? nooo miiija, no le veo la cara a nadie”.
Luego de tener la casa hizo una inversión de 10 millones en un negocio del que no sabía ni papa: la venta de cauchos. A su socio le tocó vender el local y le devolvió su parte en mercancía.
“Seguí trabajando en la carburación y me puse a fiar los cauchos porque no tenían un local para venderlos. Ya para entonces había gastado 14 millones en la casa, dos en la Navidad pasada, dos en la casa de mi hermana, más 10 en los cauchos, más lo que necesitábamos en el día a día. Ya me había comido casi 30 millones”, explica Jesús mientras Yajaira habla sobre sus palabras y dice con la misma jocosidad de su esposo: “Es que yo antes era boba, porque si hubiese tenido las espuelas que tengo ahora… Ja! lo hubiese dejado en carretilla y me quedo con todo”.
La situación económica y los recurrentes gastos que ocasionaba mantener aquella inmensa casa en Las Lomas, como un servicio para que la limpiara siempre, lo llevó, seis años después, a cambiarla por un carro, dinero y un apartamento más modesto en la urbanización Las Tunas. Ahí los lujos fueron bajando. “Pasaba viendo desde el balcón mi casita de Las Lomas”, lamenta Yajaira.
“Presté dinero que aún no me han pagado, ayudé a gente a la que ahora no le vemos la cara. Monté una agencia de loterías y la cerré a los meses. Invertí en lo que no debía. ¿Qué iba yo a saber de cauchos y números de rifas? siempre he sido chofer de buses”, reflexiona Jesús ahora, a la vez que recuerda que a Yajaira siempre se lo ocurrieron negocios a los que nunca le hizo caso. “Jamás la escuché, estuviéramos en la buena”, bromea ante su esposa.
Jesús comenzó a trabajar como taxista en un Accent que le habían dado como parte del pago de la casa, que luego tuvo que vender para comprarse un modesto Sierra. Una enfermedad en su hijo menor lo llevó a gastar de clínica en clínica. “Ya vivíamos de los churupitos que quedaban en el banco y lo que me ganaba taxiando. Pero las necesidades atacaban”
“Decidimos vender en Las Tunas a finales del 2003, a propósito de que mi hermana quería irse de la casa que le compré cuando me gané el premio. Con el dinero del apartamento le compré otra casita, en diez millones, y remodelé la que antes le había regalado”, relata Jesús, ahora desde esa casa que terminó convirtiendo en su hogar, justamente cerca de aquel “cuartico tres por tres” en el que empezó a hacer su familia. “Ya no quedaba nada, solo el carro y la gente que me debía”
Vendió su vehículo y tuvo la oportunidad de trabajar como chofer de buses expresos a dos personas. De ahí retomó una ruta escolar que formó junto a su padre en vida y que estaba abandonada. “De puerta en puerta fuimos buscando a los clientes Yajaira y yo. Pasando más sol que una teja volvimos a llenar la ruta en un autobús que me alquilaron. De aquel Jesús que se había ganado el Kino solo quedaba la satisfacción de tener una casa y de haber ayudado a quien pude”.
La ruta fue vendida a los dos años porque debió entregar el bus de transporte. Jesús quedó sin trabajo, mientras su esposa esperaba el cargo de obrera en un colegio del Estado. En vista de que el cargo aún no llega, los Bohorquez ahora viven del ingreso de peluquera de Yajaira y de la venta de manualidades elaboradas por ella, en las que Jesús de vez en cuando le “echa una mano”.
“Ahora con esos cobritos y con las marañas que hago de vez en cuando, como trabajos de refrigeración o como revendedor de lo que sea en las esquinas, nos bandeamos. Estefany trabaja medio turno y aporta”, sostienen los esposos, quienes recuerdan que el compradre Mario sigue viviendo de su taller de carburación y que lleva una vida normal, cómoda, pero sin muchas riquezas tampoco.
Hoy Jesús salta, brinca o hace lo que sea para llevar el pan diario a su casa y darle estudios a sus hijos. Aquella abundancia siguió su camino, en Los Bohorquez fue solo un golpe de suerte.
Por: Daniela Romero Nava / Panorama.
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