No se puede negar que somos un país divertido, folclórico, donde
suceden cosas insólitas. Estamos acostumbrados a que ser rico no solo es
buenísimo, sino también facilísimo, a que la riqueza no es producto del
trabajo, sino de la viveza, la conexiones, los sobreprecios, las
truculencias y –naturalmente- del ejercicio de la función pública,
fuente primera de enriquecimiento. Aquí la competencia es entre quiénes
tienen la mejor conexión, el amigo mejor “enchufado”. Por eso es
gracioso cuando se habla de los terribles efectos del “capitalismo”
nacional, cuando Venezuela ni siquiera ha llegado al capitalismo,
estamos en un estadio previo de rapacería, eso que Marx en “Das Kapital”
denominaba con la singular expresión: “laat me nien geben, zet me waar
haigënn”, es decir, “no me den, pónganme donde haiga”.
Obviamente, el precio de la gasolina en nuestro país es altamente
competitivo para la “exportación” paralela. Pensaran los
contrabandistas: “si el gobierno la regala y nosotros la vendemos, somos
más patriotas todavía”. Hace algunos años incluso se llego al descaro
de lanzar una manguera por un río hacia Colombia. En los estados
fronterizos es vox populi como sale la gasolina, quien lo hace, como se
reparte la ganancia, lo qué cuesta un cargo de vigilancia en la
frontera, cuantos carros y quintas tiene el que comanda el “operativo” y
pare usted de contar. Debe ser una tentación irresistible un negocio
con tanta plusvalía, para seguir con la terminología marxista.
Lo divertido es la solución criolla que le hemos hallado al problema:
como la gasolina esta barata y se la están robando, vamos a crear un
chip que la controle. Es ocurrente, como si el chip fuese a controlar al
malandro, como si en Venezuela no se le buscara la vuelta hasta a la
“ley de gravedad”. Uno supone que lo que viene es que, adicional a la
estafa con el combustible, nace un nuevo negocio: el del chip, porque,
además, quien lo suministra es el mismo sector al que el chip pretende
vigilar, así son nuestras contralorías donde contralor y controlado
“sono la stessa cosa”, como diría Don Corleone.
Dicen que los “bachaqueros” están contentos, porque con esto del chip
y la escasez que va a generar en el país, ya no habrá necesidad de
llevar el combustible a Colombia, sino que podrían “bachaquear” en el
propio Maracaibo. Casi que uno puede imaginarse a los buhoneros en la
frontera: “¡er chip socialista!, tengo er chip, completamente liberado”.
Algún nuevo negocio saldrá del chip, denlo por hecho. En Venezuela toda
situación caótica genera un negocio que se nutre del caos, esta es
quizá la primera ley de nuestra economía: la riqueza no proviene de la
productividad, sino de saber sacarle provecho a este desorden. Porque si
en verdad quisiera solucionarse el problema de raíz, ¿no sería más
sencillo y económico colocarle un chip a cada funcionario de la
frontera, un chip que muestre sus movimientos de dinero, sus vehículos y
casas, un GPS que nos indique por donde se desplazan sus intereses?,
porque los que pretenden vigilarlo a uno son casualmente los que
tendrían que estar bajo vigilancia.
Lo peor es que al final, todos vamos a instalar el chip socialista,
porque quién se va a perder esta manguangua de la gasolina regalada. No
importa si el país se hunde: a nosotros nos va bien. Es más, nos va bien
gracias a que el país se hunde.
Creo que el próximo 7 de octubre tendremos que colocarle un chip a la conciencia nacional.
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